Citrinitas 15

 © Toni F.H  2014 "Citrinitas 15" Acrylic on canvas 73x60 Cms. Available for sale        
[...] SÓCRATES: Me contaron que cerca de Naucratís en Egipto, hubo un Dios, uno de los más antiguos del país, el mismo a que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis. Este Dios se llamaba Teut . Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados, y, en fin, la escritura. El rey Tamus reinaba entonces en todo aquel país, y habitaba la gran ciudad del alto Egipto, que los griegos llaman Tebas egipcia, y que está bajo la protección del Dios que ellos llaman Ammon. Teut se presentó al rey y le manifestó las artes que había nventado, y le dijo lo conveniente que era extenderlas entre los egipcios. El rey le preguntó de qué utilidad seria cada una de ellas, y Teut le fue explicando en detalle los usos de cada una; y según que las explicaciones le parecían más o menos satisfactorias, Tamus aprobaba o desaprobaba. Dícese que el rey alegó al inventor, en cada uno de los inventos, muchas razones en pro y en contra, que sería largo enumerar. Cuando llegaron a la escritura: « Oh rey-  le dijo Teut- esta invención hará a los egípcios más sabios y servirá a su memoria; he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener. -Ingenioso Teut, respondió el rey, el genio que inventa las artes no está en el caso que la sabiduría que aprecia las ventajas y las desventajas que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, la atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.»
FEDRO: Mi querido Sócrates, tienes especial gracia para pronunciar discursos egipcios, y lo mismo los harías de todos los países del universo, si quisieras.
SÓCRATES: Amigo mió, los sacerdotes del santuario de Júpiter en Dodona decían que los primeros oráculos salieron de una encina. Los hombres de otro tiempo, que no tenían la sabiduría de los modernos, en su sencillez consentían escuchar a una encina o a una piedra, con tal que la piedra o la encina dijesen verdad. Pero tú necesitas saber el nombre y el país del que habla, y no te basta examinar si lo que dice es verdadero o falso.
FEDRO: Tienes razón en reprenderme, y creo que es preciso juzgar la escritura como el tebano. 
SÓCRATES: El que piensa trasmitir un arte, consignándolo en un libro, y el que cree a su vez tomarlo de éste, como si estos caracteres pudiesen darle alguna instrucción clara y sólida, me parece un gran necio; y seguramente ignora el oráculo de Ammon, si piensa que un escrito pueda ser más que un medio de despertar reminiscencias en aquel que conoce ya el objeto de que en él se trata.
FEDRO: Lo que acabas de decir es muy exacto.
SÓCRATES: Este es, mi querido Fedro, el inconveniente así de la escritura como de la pintura; las producciones de este último arte parecen vivas, pero interrogadlas, y veréis que guardan un grave silencio. Lo mismo sucede con los discursos escritos; al oirlos o leerlos creéis que piensan; pero pedidles alguna explicación sobre el objeto que contienen y os responden siempre la misma cosa. Lo que una vez está escrito rueda de mano en mano, pasando de los que entienden la materia a aquellos para quienes no ha sido escrita la obra, y no sabiendo, por consiguiente, ni con quién debe hablar, ni con quién debe callarse. Si un escrito se ve insultado o despreciado injustamente, tiene siempre necesidad del socorro de su padre; porque por sí mismo es incapaz de rechazar los ataques y de defenderse.[...] Platón



Citrinitas 14


                                © Toni F.H  2014"Citrinitas 14" Acrylic on Canvas 73x60 Cms. Available for Sale                                 
[...] El truco manual, o de fuerza, que es a la vez inicial y decisivo, no puede ser conseguido por el alquimista sin el socorro del cielo. Esta gigantesca fuerza se libera de las nubes, que son su condensación desfavorable, para que se realice el milagro de una sola cosa. La separación es seguida, para la parte regulina, de la purificación, que determina, en el fondo, toda la alquimia como Martin Ruland lo formuló tan perfectamente, en su Léxico de alquimia o Diccionario alquemístico: Alchimia est impuri separatio a substantia puriore. La Alquimia es la separación de lo impuro de la substancia más pura. Lo que viene a decir que la pureza no se alcanza sino poco a poco, y que la materia viviente nunca es pura sino comparativamente: puriore. La purificación consiste en aplicar, tres o cuatro veces, la misma técnica sobre el mercurio que ha sido separado. Para la cantidad total obtenida, procederemos, de nuevo, de forma racional, por fracciones que pueden ser en número de nueve, si el principiante ha respetado, al comienzo, el peso total de los materiales, que le hemos indicado. Se trata pues de someter al mercurio a la acción de la sal de los sabios, a la que hemos consagrado todo un capítulo y que corresponde al fuego secreto. La operación se desarrolla a favor de la fusión, que permanece, en verdad, en la vía seca, como la solución natural. Al purificar el mercurio de los filósofos, la sal acrecienta y exalta el poder de imantación de éste, de suerte que ella misma se carga del oro astral que el otro no cesa de absorber. La proporción favorable a respetar es, en peso, el quinceavo del disolvente filosófico sobre el que la sal debe actuar. Ésta, convertida en el vehículo vitrificado del fluido cósmico, se ha coloreado en verde, mientras aumentaba sensiblemente su densidad, Es así que recibe, indiferentemente, los nombres de vitriolo, o de león verde, y se encuentra lista, a fin de jugar su grandísimo papel, en el curso de la obra mediana o segunda. «Es el Hyperion y el Vitriolo de Basilio Valentín, el león verde de Ripley y de Jacques Tesson, en una palabra la verdadera incógnita del gran problema», nos dice Fulcanelli, de quien importa recabar la opinión, aquí y allá, en sus dos obras. Cada una de las fases de la Gran Obra física, sean principales o intermedias, posee sus límites bien marcados, y es por esto que la purificación no debe ser  proseguida, más allá del momento en que la imagen estelada aparece fuertemente impresa en la faz superior del brillante lingote, a la vez plana y circular. En estos instantes, el alquimista asegura su accesión; ha entrado en el dominio trascendente, del que nadie toma cuidado ordinariamente. No sólo sabe de ahora en adelante que el espíritu del cosmos es de color verde, sino que además ha verificado que el inasible agente se muestra no obstante ponderable y consecuentemente, de gravedad material. Constituido, como lo hemos visto, en la superficie del baño mercurial, gracias al aporte constante de espíritu universal, el vitriolo filosófico lleva también el nombre de esmeralda de los sabios. Piedra preciosa, como jamás hubo ninguna, en la que el filósofo talla y reencuentra el Grial. En el seno de este vaso sagrado, un poco más tarde, recogerá y reunirá el fluido, simultáneamente proyectado por el sol y por la luna. Es lo que expresa claramente sobre el paradigma, en forma de grabado xilográfico, del tratado de Basilio Valentín, esta copa en forma de píxide, de pie, en equilibrio, sobre el símbolo del Mercurio. Éste junta el globo crucífero de Venus, al menisco de la Luna, el cual está acostado encima, con sus dos puntas en alto.[...] E. Canseliet